domingo, 27 de junio de 2010

Receta de mousse de queso con masa quebrada y coulis de fresas

Ingredientes:

Para la masa quebrada:

- 200gr de harina de repostería
- 100gr de mantequilla
- 1 huevo
- 50gr de azúcar glass
- 1 pizca de sal

Para el relleno de queso:

- 1 vaso de azúcar
- 3 yemas de huevo
- 500gr de queso fresco
- 1 vaso de nata montada
- El zumo de medio limón
- 10gr de gelatina

Para el coulis de fresas:

- 50gr de fresones o fresas
- 1/2 vaina de vainilla
- zumo de 1/2 limón
- 90gr de azúcar
- 60gr de agua

Preparación:


"En un bol, mezclar suavemente la harina con la mantequilla en pomada, creando una especie de arena". Se sabía los pasos de memoria. Antes de empezar tendría que refinar la harina, porque la que tenía era demasiado fuerte. Se remangó la camisa y empezó a pasar la harina por el colador intentando, sin mucho éxito, no mancharse demasiado.
Cuando él entró se la encontró de espaldas, agachada sobre el colador, con una falda ridículamente corta, sobre todo para trabajar en la cocina, y llena de harina. Aunque su idea inicial era ofrecerle un poco de ayuda con el postre que estaba preparando, cambió rápidamente de parecer y la puso encima de la mesa, consiguiendo que el cubo de harina refinada se desparramara por toda la cocina, creando un espeso humo que hizo que se atragantaran y tuvieran que salir de la habitación, frustrando así las expectativas que había creado al agarrarla de manera tan sugerente.
Cuando recogieron todo, se puso manos a la obra de nuevo, teniendo que repetir el proceso anterior. Tras de conseguir la mezcla, empezó a añadir el huevo, seguido del azúcar y la sal, con mucho cuidado de que quedara una pasta homogénea. Al terminar, hizo una bola y la metió en la nevera.

Tras poner la gelatina en remojo, empezó a batir las yemas con el azúcar. Tenía que conseguir una crema, para lo cual era necesario batir con mucha fuerza. Al rato de intentar, infructuosamente, que aquello se espesara, fue a llamarle para ver si él lo conseguía. Como no podría seguir preparando el relleno hasta tener la crema de huevo y azúcar, empezó a preparar las fresas.
Por cada 3 fresas que limpiaba se comía una, y su boca enrojecía más con cada fresa que, unas veces con nata y otras con azúcar, comía golosamente. Él la miró y no pudo contener una sonrisa al ver el gesto de placer que ponía cada vez que se comía las pequeñas frutas. Era una cara que, aunque tuviera ya muy vista, no se cansaba de mirar. No sabía explicar qué era lo que le fascinaba tanto pero, en cuanto hubo terminado con la crema e intentando redimirse de su anterior intento frustrado, se acercó por detrás y la besó suavemente en el cuello. A ella la recorrió un escalofrío y se dio la vuelta, con tan mala suerte que le cortó con el cuchillo que aún llevaba en la mano. Aunque el corte era superficial, empezó a sangrar, así que tuvieron que dejar lo que estaban haciendo para ir a lavarle la herida y taparla, cortando así la hemorragia.

Cuando volvió a la cocina puso las fresas en el almíbar que ya había preparado con el zumo de limón y la vainilla. Luego siguió preparando el relleno con la crema que él había estado batiendo antes del pequeño intento de asesinato. Fundió la gelatina escurrida con el limón y un poco de agua a fuego suave, controlando que no llegase a hervir, mientras trituraba el queso con la crema de yemas. ¿Cómo era posible que, las dos veces que él se había acercado, no hubiera pasado nada emocionante? Estaba un poco cansada del tema, ya dos veces se había calentado y había tenido que aguantarse, y la situación empezaba a ser irritante. Lo único que le apetecía en ese momento era encerrarse en su habitación con él y no salir hasta el día siguiente, dejar que sus manos, inexpertas, se deslizasen suavemente por su cuerpo. Tocarle, tocarle mucho, siendo prudente por insegura, pero dejando que su cuerpo tomara el control, como siempre hacía.

El agua hirviendo la sacó de sus pensamientos. La gelatina se había estropeado así que tuvo que rehacerla, cada vez más enfadada por lo mal que estaba saliendo todo. Cuando estuvo lista, añadió la mezcla gelatinosa a las yemas, batiendo bien. Reservó el preparado y sacó la masa que había dejado en la nevera. Extendiéndola con el rodillo, le dio forma circular, la colocó en un molde no demasiado alto y la metió al horno. Sacó la nata de la nevera y empezó a montarla. La primera vez que había sacado la nata de la cocina para trasladarla a la habitación le había parecido una locura absurda, pero después de ver los resultados (nunca hay que subestimar el poder de los alimentos sobre la piel) cambió radicalmente de opinión. La había excitado muchísimo sentir el contraste de temperatura entre la nata helada y su cuerpo tan caliente, sentir cómo él iba recorriéndola con la lengua para limpiar todo su cuerpo de la pegajosa mezcla, lamer cada pliegue de su anatomía para seguir jugando una y otra vez. Además, el uso de la nata había exigido una ducha después, que obviamente no quiso darse sola. Definitivamente, encontraba muy excitante mezclar alimentos con su cuerpo.

Cuando tuvo lista la nata, la mezcló con el resto de la preparación con movimientos suaves y envolventes, de abajo hacia arriba, para evitar que la consistencia bajara. Después de sacar la masa quebrada del horno, puso sobre ella la crema de queso y lo metió todo en la nevera. Para terminar decidió triturar las fresas en almíbar y las pasó por el colador, para obtener un sirope suave y fresco. Sumergió un dedo en él y se lo introdujo en la boca, degustando el delicado dulce. Olvidando completamente todo el trabajo que había exigido la preparación de la tarta, en seguida encontró otra utilidad para el caramelo que acababa de preparar. Salió corriendo hacia donde él estaba mientras pensaba en lo erótica que encontraba la comida.

viernes, 11 de junio de 2010

6 A.M. (o "yo nunca tuve un maestro")


Agradezco que no haya
colegios de valores,
escuelas de personalidad,
institutos para aprender a vivir.
Acumulo horas ante los libros
sembrando conocimientos de musgo,
evitando hundir raíces.

Letras que
devoran mis horas
sin dar nada a cambio.

Recogiendo palabras al viento
que nada dicen, nada enseñan,
cuando lo que buscas,
lo que te hacen buscar,
es convertirte en un número.
Una nota.
Que te defina.
Que muestre tu valía.
Ordenarte en una lista que no produce sino
sentimientos volubles
que poca utilidad tienen para el futuro.

Volcar mi cabeza y alma en materia
que no da frutos
me hace pensar que no es la manera.
Que no consiste tanto en saber
como en aparentar que sabes de todo
sin saber de nada.
Y me niego a ser otro número en este sistema.